martes, 2 de octubre de 2012

Honrando a Dios con nuestra fe

"En realidad, sin fe es imposible agradar a Dios, ya que cualquiera que se acerca a Dios tiene que creer que él existe y que recompensa a quienes lo buscan" Hebreos 11:6.


 
 No solo se trata de saber que Cristo es el Salvador, para alcanzar la salvación; se trata de entender y comprender en nuestro ser interior que Él me salvará, y que puedo confiar en Él como mi Salvador, puesto que en mi ser interior hay la convicción, de que Cristo es ese Salvador, mis labios lo confesarán. A partir de ese momento se inicia el crecimiento de la fe, por eso Jesús compara el crecimiento de la fe con una semilla de mostaza (Lucas 17:5-6); cuando iniciamos esa nueva vida en Cristo, nuestra fe es pequeña, pero a medida que pasan los días y los años nuestra fe se va fortaleciendo en ese diario vivir en Cristo, y cada día va de aumento en aumento hasta alcanzar la verdadera madurez de la fe.
Esa fe que muchos cristianos vivimos hoy día, sobre la cual damos un paso adelante pero retrocedemos dos, son circunstancias que hacen difícil el crecimiento de la fe; aquí se aplica lo que Santiago dice: "el hombre de doble ánimo es inconstante en todos sus caminos" (1:8).
Cuando nos aferramos a su Palabra, y en cada una de sus promesas, y las abrazamos, y nos acostamos sobre ellas, y no las soltamos hasta verlas hechas en nuestras vidas, allí estamos honrando a Dios con nuestra fe. Y esta es la fe que agrada a Dios, la cual se logra solamente en una vida de comunión y meditación de la Palabra de Dios; es en ese tiempo y espacio que apartamos para los encuentros con nuestro Eterno Dios donde se da el crecimiento de nuestra fe. No basta entonces con vivir una vida cristiana religiosa, lo que vale es la desnudez de nuestro corazón delante de nuestro Señor Jesucristo, Él conoce las intenciones de nuestro corazón; Él no puede ser engañado.
"Asi que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios" Romanos 10:17.
Bendiciones.